Con ‘El triángulo de la tristeza’ Ruben Östlund crea una crítica ácida donde no deja títere con cabeza y que consiguió ganar la Palma de Oro en el Festival de Cannes 2022
Reseña | Opinión de ‘El triángulo de la tristeza’ (Triangle of Sadness) de Ruben Östlund. Vista en el Festival de Sevilla 2022 y cuyo estreno español está previsto para el viernes 17 de febrero de 2023
Si algo confirmó ‘The square’ (Palma de Oro de Cannes en 2017) es que Ruben Östlund es un experto en entender el absurdo del sistema en el que nos encuadramos y con ‘El triángulo de la tristeza’ lleva esto mucho más allá. Es siempre un tema peliagudo entrar en luchas de clases y criticar al capitalismo desde el propio capitalismo. Sin embargo, el sueco se atreve con esto y más, porque dentro del capitalismo entra todo: la superficialidad, la sociedad patriarcal, y, sobre todo, la estupidez humana, la cual es punto central de toda la obra del director. Lleva al límite lo caótico del mundo en el que estamos, hasta el punto de crear un disparate de lo más realista.
‘El triángulo de la tristeza’ sigue a una pareja de modelos e influencers que son invitados a un yate de lujo por el que desfilan personajes de lo más variopintos que dan rienda suelta a sus excentricidades de ricos. No obstante, estas plácidas y lujosas vacaciones, toman un giro inesperado cuando un suceso sacuda sus acomodadas vidas e invierta los roles sociales.
Vamos allá con nuestro análisis, impresiones y opiniones de la película ‘Triangle of Sadness’ (El triángulo de la tristeza), ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes 2022
Una tragicomedia en tres actos
Decía Karl Marx que “La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas” y a partir de ahí Östlund empieza a construir su estrafalaria sátira con una pareja protagonista que acaparan todo el primer acto y que viven por y para la superficialidad. El sueco hace uso de la brocha gorda durante todo el metraje, no hay espacio para la sutileza en su obra, como tampoco lo hay en el mundo tal y como él lo comprende.
El prólogo se burla de la belleza y del mundo irreal que traen consigo las redes sociales. Algo que ya conocemos sobradamente, pero el director necesita contar esto a toda costa. Porque, por mucho que podamos analizar, el verdadero protagonista de la cinta es el propio Östlund. Y consigue dar una rocambolesca vuelta hasta hacer que nos agrade su crítica contra el capitalismo a partir de cierto aire de elitismo.
Para el segundo acto quiere ir mucho más lejos e introduce a innumerables personajes a cada cual más odioso. Un ruso ferviente defensor del capitalismo, una pareja de ancianos que fabrican ‘mecanismos para preservar la democracia’ (granadas de mano) y un largo etcétera que abarca todas las más negativas ideas posibles que la gente de a pie puede tener hacia las clases más pudientes. Aquí lleva al límite la repelencia de aquellos que no aceptan un no por respuesta. Y los antepone a la tripulación del barco, que se asemeja con una clase social inferior, dentro de la cual hay otra clase aún más inferior. Con unas cuantas pinceladas, Östlund consigue crear un propio sistema de clases dentro de este lujoso yate.
Entre medias tenemos a Woody Harrelson en un breve papel haciendo de un hilarante capitán de barco marxista y alcohólico. El contrapunto que necesitaba la película para crear su humor «especial», el cual llega a su punto álgido cuando el capitán y el oligarca ruso discutan sobre el capitalismo y el comunismo mientras el barco entra en cólera. Una escena alargada en exceso (como no podría ser de otra forma) en la que el humor más escatológico se fusiona con un humor inteligentemente absurdo y donde ‘El triángulo de la tristeza’ alcanza su cenit.
‘El triángulo de la tristeza’ es una puñalada por la espalda a nuestra sociedad
Con el tercer acto llega la verdadera deconstrucción social. Y, a pesar de que supone un bajón importante dentro de la obra, es donde Östlund se permite a atizar a todos sin cortarse lo más mínimo. Porque si alguien puede hacerlo (y cree fervientemente poder hacerlo) es él. Y no busca dar respuestas, sino que busca el desprecio por el desprecio. Es especialmente crítico con el capitalismo, pero su crítica contra el comunismo tampoco se queda atrás. Para él nada funcionaría, porque el hombre es egoísta por naturaleza.
Crea una nueva sociedad donde sigue siendo imperiosa la necesidad de un líder, y ya aprovecha y aclara la inutilidad de los ricos en cuanto se despojan forzosamente de todo lo superficial. Pero cuando el materialismo no domine el mundo, otra cosa lo hará. Y así nos condena a vivir una existencia injusta, pase lo que pase.
El problema de ‘El triángulo de la tristeza’ es que no invita a una reflexión profunda. Sus personajes son antipáticos, y punto. No hay nada entre medias. Y esto funciona bien para el humor basado en apuntar con el dedo, pero es algo fácilmente agotable. Y llega exhausto al tercer acto, después de haberlo mostrado ya todo. Quizá Östlund se conforme con el aplauso fácil al dejarlo todo bien regurgitado, pero es el rey de esto.
Sarcástica, provocadora, violenta y con afán de humillar pero, sobre todo, profundamente triste en su fondo. Östlund consigue una vez más mostrarnos que no tenemos salvación y seguiremos sin creerlo hasta que lo vivamos en nuestras propias carnes. Nadie va a verse retratado en ella, porque no querer es poder. Aunque, en realidad, va de todos nosotros. Pero es divertida, y el entretenimiento nos atonta y nos aparta del camino. Y Östlund vuelve a triunfar con este frívolo sermón. Porque solo a él se lo permitimos, aunque nos lo cuente desde su torre de marfil.