Nueve años más tarde, llega a los cines El Contable 2, secuela directa de la película homónima del año 2016. Esta cinta, distribuida por Warner Bros Pictures España y protagonizada por Ben Affleck, Jon Bernthal y J.K Simmons, llega a los cines españoles el próximo 25 de abril de 2025.
- Fecha de estreno: 25 de abril de 2025
- Género: Thriller, Drama, Acción, Crimen
- País: Estados Unidos
- Año: 2025
- Duración: 124 min
- Dirección: Gavin O’Connor
- Reparto: Ben Affleck, Jon Bernthal, J.K. Simmons, Daniella Pineda, Cynthia Addai-Robinson, Grant Harvey, Mariel Suarez, Matt Linton, Cassandra Blair, Nik Sanchez
El contable 2 es la secuela del thriller de acción El contable (2016), protagonizado nuevamente por Ben Affleck en el papel de Christian Wolff, un genio de las matemáticas con habilidades letales.
En esta nueva entrega, Wolff se ve obligado a resolver el asesinato de un viejo conocido, quien dejó un mensaje críptico con la frase «encuentra al contable». Consciente de que el caso requiere medidas extremas, recurre a su hermano Brax (Jon Bernthal), un aliado peligroso y letal. Juntos, y con la ayuda de Marybeth Medina (Cynthia Addai-Robinson), una alta funcionaria del Tesoro de EE.UU., descubren una conspiración mortal que los convierte en objetivo de una red de asesinos dispuesta a todo por mantener sus secretos ocultos.
Sobre la película
La película, dirigida nuevamente por Gavin O’Connor, promete combinar inteligencia, acción y tensión, explorando más a fondo el mundo de Christian Wolff y su peculiar forma de hacer justicia.
Crítica de El Contable 2
Hay películas que, al nacer, son ya cadáveres gélidos, cómo es el caso de El Contable 2. Este fallido intento de secuela, resucitado de forma tardía y carente de necesidad alguna, abre con una promesa rota: el retorno a un universo que no solo se ha diluido con el paso del tiempo, sino que aquí es pisoteado y vaciado de todo el interés que alguna vez pudo portar.
Donde la entrega original ofrecía un equilibrio sobrio entre tensión, ritmo y construcción dramática, esta nueva incursión opta por un registro deforme, oscilante, contaminado por decisiones formales que desdibujan cualquier atisbo de intención. El resultado: un artefacto de pulsión televisiva, anti-cinematográfico, plano, sin densidad ni profundidad de campo, que se arrastra más que avanza. A nivel tonal, la cinta es un monstruo bicéfalo. Coquetea con el melodrama más ramplón, salta sin red al humor burdo y termina encallada en un thriller sin tensión, sin garra, sin identidad. No hay cohesión, no hay lógica interna. Solo restos dispersos, ensamblados con torpeza. El lenguaje audiovisual, más propio de plataformas de streaming, se diluye hasta convertirse en ruido, en un mero trámite incapaz de ofrecer una atmósfera reconocible o una mirada con verdadera personalidad.
El cliché como unidad de medida
Lo más doloroso no sólo reside en lo técnico, sino en lo moral y ético: la película banaliza, sin miramientos, una realidad tan atroz como es la trata de personas. Lo que debería abordarse con una gravedad contenida y una puesta en escena que interpele al espectador, se reduce aquí a un accesorio narrativo, a un envoltorio dramático tan vacío como funcional. La trata, el autismo o lo racial se convierte en atrezzo y la violencia estructural, en paisaje exótico. No hay intención de cuestionar ni de visibilizar: solo de usar a modo de recurso fácil, como gimmick de guion.
El otro paisaje —el latinoamericano, el mexicano— es pintado con los colores del estereotipo más burdo. Narcos, sicarios, servidores sin voz, cuerpos sin alma. Un desfile de clichés coloniales disfrazado de relato moderno. Como si la otredad solo pudiera representarse a través del polvo, la sangre y la miseria. Como si no hubiera nada más allá de la caricatura. En pleno 2025, estas decisiones resultan no solo anacrónicas, sino directamente ofensivas y cuestionables. Una mirada simplista y condescendiente que encierra una peligrosa visión del mundo, que reduce culturas enteras a amenaza, a un decorado degradado. El cine, cuando se entrega a este tipo de representación, deja de narrar para comenzar a aplastar.
La secuencia final, destinada al lucimiento de dos intérpretes que juegan en otra liga, apenas logra maquillar el desastre. No hay redención posible cuando lo que se ha contado antes no tiene raíz, ni atractivo ni conciencia. La set-piece bombástica final y sus fuegos artificiales conclusivos busca elevar, pero lo hace desde el barro. Ni la intensidad de esta ni el músculo de las interpretaciones pueden salvar una historia construida sobre la completa desidia.
Conclusión
Esto no es cine. Es simulacro. Una máquina vacía que reproduce gestos sin alma, una ruina disfrazada de espectáculo. Lo que pudo ser un regreso con vocación de mito, no es más que el eco hueco de algo que ya no sabe por qué quiso volver. Lo que queda no es una película, sino una posverdad en celuloide (en digital, concretamente): una estafa envuelta en el barniz rancio de un cine que ha olvidado cómo mirar, cómo hablar, cómo imaginar. Un cine rendido, oxidado, sin memoria ni deseo.