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Valoración

¿Por qué ahora una crítica de Eraserhead (Cabeza borradora)?, te preguntarás. Pues bien, en estos días estamos pudiendo disfrutar del Festival de Cine de Las Palmas y, como quizá ya sepas, en esta edición han decidido homenajear al recientemente fallecido David Lynch. A lo largo del evento, el público podrá disfrutar de muchas de las películas del cineasta y homenajearlo como se merece. Y yo, que has ahora no había podido sumergirme en su figura de la forma en la que me gustaría, no he querido perder la oportunidad de disfrutar en pantalla grande (y por primera vez) de esta cinta.

  • Fecha de estreno: 1977
  • Género: Drama, Terror, Fantasía
  • País: Estados Unidos
  • Año: 1977
  • Duración: 89 min
  • Dirección: David Lynch
  • Reparto: Jack Nance, Charlotte Stewart, Allen Joseph, Jeanne Bates, Judith Anna Roberts, Laurel Near, V. Phipps-Wilson, Jack Fisk

Eraserhead es una perturbadora y surrealista ópera prima de David Lynch que se adentra en el subconsciente humano para explorar temas de alienación, ansiedad paternal y las pesadillas de la vida cotidiana. Henry Spencer (Jack Nance), un hombre tímido y solitario, enfrenta una serie de acontecimientos inquietantes después de que su novia le informa que está embarazada de un bebé no humano.

Eraserhead es una obra de culto que desafía las convenciones del cine convencional y se ha convertido en un referente dentro del cine experimental.


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Crítica ‘Eraserhead (Cabeza borradora)’

Cabeza Borradora, ópera prima de David Lynch, es una experiencia que, lejos de narrar una historia aparentemente coherente, busca sumergir al espectador en un estado de incomodidad constante. Y es que gracias a su lenguaje visual profundamente surrealista, Lynch construye un mundo desolador donde la lógica y la narrativa tradicional brillan por su ausencia. No estoy seguro de que sea, a día de hoy, el mejor acercamiento al autor. Eso sí, pese a todo, supone una experiencia de visionado realmente interesante.

Aunque la película sea alabada gracias a esa atmósfera opresiva que logra plantear y a su osadía estética, lo cierto es que no es para todo el mundo. Para quienes buscan un mínimo de coherencia narrativa o desarrollo emocional tangible, Cabeza Borradora llega a sentirse como un ejercicio de estilo al que uno debe entrar con infinita paciencia. La repetición, el ritmo glacial y la falta de un hilo conductor reconocible hacen que la película resulte difícil e incluso, por momentos, también agotadora. Por ello, como digo, creo que en la actualidad, enfrentarse a una obra tan críptica puede llegar a ser una prueba de resistencia más que una experiencia disfrutable, sobre todo cuando uno ya no tiene la tolerancia de antaño para tanto surrealismo gratuito.

Dicho esto, sería injusto no reconocer los valores artísticos que la película atesora. La oportunidad de verla presentada por su director de fotografía, Frederick Elmes, ayuda mucho a apreciar el contexto: Cabeza Borradora nació como un proyecto estudiantil, que terminó convirtiéndose en un largometraje tras cuatro años de trabajo ininterrumpido, apoyado por el American Film Institute. Lynch, que venía de realizar tres cortometrajes previos, volcó aquí su imaginario visual influenciado más por la pintura que por el cine convencional, algo que se percibe claramente: cada plano está compuesto de forma magistral como un auténtico cuadro.

Además, el diseño de sonido —una de las señas de identidad del cine de Lynch— alcanza aquí una dimensión brutal. El director entendía el sonido como la verdadera banda sonora de la película, y en Cabeza Borradora construyó todo manualmente, desde los ambientes opresivos hasta los efectos sonoros más extraños, consiguiendo así una atmósfera asfixiante que pocas cintas pueden igualar en la actualidad. Este enfoque artesanal del audio y los efectos visuales le da a la película un mérito técnico innegable.

Si bien Cabeza Borradora es una obra fundamental para entender a David Lynch (junto a Blue Velvet y Twin Peaks es, quizá, la que mejor le define), como experiencia cinematográfica puede resultar ardua, excesivamente obtusa y difícil de recomendar a un espectador actual que busque algo más que sensaciones abstractas. Eso sí, ¡tremenda experiencia ver la cara de los otros espectadores tras terminar el visionado en la sala de cine! Eso sí que es surrealista.

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