El australiano Adam Elliot escribe, produce y dirige Memorias de un caracol, una película animada con stop motion, para adultos, inspirada en su propia vida.
Tras su estreno en el festival de animación francés de Annecy, la película se ha convertido en la segunda en toda la historia con calificación para adultos, tras Anomalisa (2015), en competir por un Oscar en la categoría de animación.
La cinta llega a las salas de nuestro país el 31 de enero de 2025 y ya hemos podido verla gracias a Ocine.
- Fecha de estreno: 31
- Género: Animación, Drama
- País: Australia
- Año: 2024
- Duración: 94 min
- Dirección: Adam Elliot
- Reparto: Sarah Snook, Kodi Smit-McPhee, Eric Bana, Magda Szubanski
- Música: Elena Kats-Chernin
En la Australia de los años 70, la vida de Grace está marcada por la desgracia y la pérdida. Cuando su unidad familiar se desmorona y es separada de su hermano gemelo, Gilbert, desarrolla una afición a coleccionar adornos de caracoles para calmar su soledad. Grace encuentra esperanza cuando desarrolla una amistad con una anciana excéntrica, Pinky, quien la inspira a salir de su caparazón y dejar de lado las cosas que alborotan su hogar y su mente.
La nueva joya de animación del director australiano Adam Elliot (Mary and Max) no ha dejado de cosechar premios desde su estreno en el Festival de Annecy, donde recibió el Premio Cristal a Mejor Película.
Con un elenco de voces protagonistas estelar encabezado por Sarah Snook (Succession), Memorias de un caracol también ha logrado el Premio a Mejor Película de Animación en el Festival Internacional de Ottawa y en el Festival de Londres y el Premio a Mejor Director en el Festival de Sao Paulo.
Crítica
Adam Elliot tiene una especial sensibilidad para abordar temas complicados y retratar a personajes marginales. Ya lo demostró con el cortometraje Harvie Krumpet (2003) que le proporcionó el reconocimiento de la Academia en forma de Oscar.
En Memorias de un caracol, el cineasta vuelve a combinar los elementos que han hecho de él uno de los animadores más reconocidos en la industria: la arcilla y las historias inspiradas en su propia vida.
La animación de Memorias de un caracol
Memorias de un caracol es el segundo largo de Adam Elliot tras Mary and Max (2009) y es uno de sus trabajos más ambiciosos. El director ha necesitado más de ocho año para hacer de su historia una realidad.
A través de sus cortometrajes Uncle (1996), Cousin (1998), Brother (1999), Harvie Krumpet (2003) y Ernie Biscuit (2015), Elliot ha ido construyendo un estilo propio y reconocible.
Se denomina a sí mismo como autor, en el sentido más artístico del término, y ha creado incluso un término para definir su trabajo: Clayography (por la mezcla de arcilla y biografía en inglés).
Con una paleta de colores apagados en la que abundan los grises, ocres y marrones, Elliot construye mundos marginales y apagados en los que sus personajes intentan sobrevivir a duras penas.
Con 24 instantáneas por segundo y sin ayuda de animación digital, Elliot fabrica con mimo un universo memorable y rico en matices.
Respeto por sus personajes
Grace, la chica protagonista, es la definición de libro de una inadaptada. Una de esas luces que la sociedad imperante se esfuerza en apagar.
La vida la pone a prueba, alejando de su lado a las pocas personas que son capaces de ver más allá de su labio leporino o de su extraña afición a los caracoles.
Como ellos, carga con esfuerzo esa concha que le sirve a la vez de refugio y de lastre. Aunque, al igual que los caracoles, Grace solo es capaz de caminar hacia adelante.
Junto a ella asistimos al desfile de una galería de personajes cuya humanidad trasciende con creces la arcilla con la que están modelados.
Nuestro corazón se divide a partes iguales entre la joven protagonista, su hermano mellizo, y Pinky, una anciana que acoge a Grace bajo sus alas y que se convierte, por méritos propios, en uno de los personajes más divertidos que hemos visto en animación en mucho tiempo.
Todos ellos están lejos de ser perfectos y es, precisamente, esa imperfección la que los convierte en una adorable arcilla de carne y hueso con la que nos iríamos al fin del mundo.
Los temas de Memorias de un caracol
La crudeza y profundidad de los temas que Elliot pone sobre la mesa es abrumadora. Sin embargo, maneja el drama con tanto tacto y tanta ternura que podemos definir Memorias de un caracol como una película objetivamente bonita.
El abandono, los abusos, la autoestima, la familia, la identidad, el suicidio y la muerte van dando forma a una protagonista que nunca le pierde la cara a la vida. Como en otras historias del director, los personajes se resisten a sucumbir ante la adversidad.
Entre tantas calamidades, Elliot deja siempre espacio para la esperanza. El australiano es capaz de mostrarnos toda una galería de dramas y desdichas y, aún así, hacernos salir de la sala con una sonrisa.
Sensible, no sensiblero
Memorias de un caracol es una intensa tragicomedia que emociona sin necesidad de recurrir al melodrama tendencioso. Adam Elliot no se recrea en la miseria, ni detiene su mundo con maldad intencionada para encapsularnos en el drama. Los elementos trágicos son presentados sin artificio y equilibrados con momentos de humor irreverente.
La cinta presume de friki, en la acepción positiva que el término, otrora insulto, ha ido adquiriendo en las nuevas generaciones. El personaje de Pinky es orgullosamente estrafalario e incluso presume de marginalidad. Vive ajena a los cánones sociales, mientras le enseña a Grace que la vida también se puede vivir, y disfrutar, al otro lado de las convenciones.
Pinky es el adalid del rayo de sol en la penumbra y la que consigue que la película tenga un tono más optimista.
En conclusión
Adam Elliot vuelve a modelar con arcilla su poderosa voz autoral.
Con un perfecto equilibrio entre drama y comedia, unos personajes marginales más humanos e interesantes que muchos de los interpretados por actores y actrices de la industria y un tacto exquisito para abordar los grandes dilemas sociales, Memorias de un caracol es una de las grandes propuestas de la animación para adultos de la última década.