Kayara es una película de animación que busca conectar al público con la riqueza de la cultura incaica. En esta entrevista exclusiva, hablamos con César Zelada, director de la cinta, para conocer de primera mano cómo nació esta historia, qué elementos culturales y artísticos dieron forma a su protagonista y cómo se equilibraron aventura, mitología e historia para dar vida a una obra pensada para emocionar y educar a toda la familia. Desde la construcción de un personaje femenino fuerte hasta la cuidada representación del legado andino, esto es todo lo que nos contó César Zelada sobre la creación de Kayara.
- Fecha de estreno: 30 de abril de 2025
- Género: Animación, Aventuras, Infantil
- País: España, Perú
- Año: 2025
- Duración: 90 min
- Dirección: César Zelada
- Música: Toni M. Mir
Tras el éxito en taquilla de Ainbo, la guerrera del Amazonas -ganadora del Premio Platino a la Mejor Película de Animación-, el cineasta peruano José Zelada, nos ofrece Kayara, un canto al empoderamiento femenino.
En la película, una joven inca sueña con unirse al grupo de mensajeros Chasqui, compuesto exclusivamente por hombres. La heroína desafía las tradiciones y las normas de género para perseguir su ambición, contra viento y marea.
Entrevista a César Zelada: director de Kayara
Kayara es un personaje que transmite fuerza y cercanía desde el primer momento. ¿Cómo fue el proceso de creación de su personalidad y diseño? ¿Tenías alguna figura histórica o cultural concreta en mente como inspiración?
Bueno, en realidad cuando empezamos a desarrollar Kayara, el personaje principal era un hombre. Pero en medio del proceso me pasó algo que me hizo cambiar completamente de dirección. Empecé a ver que muchas de las grandes maratones del mundo estaban siendo ganadas por mujeres peruanas, y no cualquiera: eran mujeres andinas, descendientes de la cultura inca, con una fuerza y una resistencia impresionantes.
Y ahí me surgió una pregunta que quedó dando vueltas en mi cabeza: ¿por qué no hubo mujeres chasquis? Si hoy estas mujeres pueden correr kilómetros y kilómetros a gran altitud, con una determinación admirable, ¿quién dice que en el Imperio Inca no existieron mensajeras? Esa pregunta fue el punto de partida para que Kayara dejara de ser un personaje masculino y se transformara en lo que es hoy.
A partir de ahí, todo empezó a tomar forma. Su personalidad se construyó con esa idea en mi mente: una joven valiente, determinada, que está orgullosa de sus raíces y que quiere hacerse escuchar. Y lo mismo con su diseño: queríamos que su imagen reflejara a esas mujeres reales, fuertes pero cercanas, que todos hemos visto alguna vez cruzando una meta con el corazón por delante.
Uno de los elementos más llamativos de la película es su ambientación mitológica y cultural. ¿Qué tipo de documentación o asesoría utilizasteis para representar de forma respetuosa y atractiva el legado del mundo incaico?
Sí, totalmente. Para nosotros era clave representar el mundo incaico con mucho respeto, pero también con profundidad y emoción. Por eso, desde el inicio trabajamos con historiadores, con expertos en cosmovisión andina, e hicimos varios viajes a Cusco para empaparnos del lugar, de la energía, de la gente, de los colores, de la arquitectura… Todo eso te transforma.
Además, en mi caso personal, llevo muchos años viajando por los Andes filmando documentales y proyectos sobre esta gran cultura, así que había una conexión muy directa. No es algo que uno investiga desde lejos, sino que lo he vivido, lo he sentido, he conversado con comunidades, he estado en rituales, en fiestas tradicionales, en caminos ancestrales. Todo eso se fue colando naturalmente en la película.
Y claro, al ser animación, también había que traducir todo ese universo a un lenguaje visual accesible y atractivo, pero sin perder la esencia. Por eso cada detalle fue muy pensado: los paisajes, los símbolos, la música, todo tenía que resonar con esa historia viva que es la cultura andina.
La banda sonora tiene una sensibilidad especial, con toques que evocan tanto lo ancestral como lo emocional. ¿Cómo fue el proceso creativo junto a Toni M. Mir para dar con este tono musical tan evocador?
Sí, una de las primeras cosas que conversé con Toni fue que no queríamos una banda sonora demasiado folclórica andina. La idea era que la música tuviera una estructura más épica, más clásica, como una gran banda sonora cinematográfica, pero que al mismo tiempo evocara los sonidos andinos.
Toni hizo un trabajo increíble, no solo en lo musical, sino también en toda la ambientación sonora. Envié a un músico a Cusco especialmente para grabar instrumentos incaicos y sonidos reales que luego se integraron en algunas partes de la película.
El resultado es una música que emociona, que acompaña el viaje de Kayara con fuerza, pero también con profundidad. Tiene ese tono épico que buscábamos, pero con un alma andina que le da identidad y verdad a la historia.
El diseño de personajes destaca por su riqueza visual. ¿Qué buscabais transmitir a través de los colores, formas y expresiones de los personajes principales y secundarios?
Desde el inicio tuvimos muy claro que los personajes debían representar visualmente la identidad inca. Queríamos que, al verlos, se reconocieran esos rasgos físicos andinos, con dignidad, con fuerza, con belleza. Fue una decisión muy consciente: no idealizar, pero sí reivindicar.
También fuimos muy cuidadosos con los vestuarios. Investigamos mucho sobre las formas, los patrones, las geometrías que usaban en los tejidos incaicos, y todo eso lo llevamos al diseño de los personajes. No queríamos una estética genérica andina, sino algo fiel, respetuoso, que conectara con la cultura viva.
Cada personaje, tanto principal como secundario, tenía que sentirse real dentro de ese universo, con su identidad visual propia, pero siempre en armonía con el mundo incaico que construimos.
La historia de Kayara combina aventura, mitología y también referencias históricas importantes. ¿Cómo fue encontrar el equilibrio entre todos estos elementos dentro de una película pensada para público infantil y familiar?
La cosmovisión incaica tiene una carga mágica muy poderosa. Ellos valoraban profundamente a la naturaleza: la tierra o Pachamama, el sol como Inti, las montañas, los Apus… todo estaba vivo para ellos, todo tenía un espíritu. Y eso nos dio una base increíble para construir el universo de Kayara.
No fue difícil incorporar esos elementos, porque ya traen una carga emocional y visual muy fuerte. Lo que hicimos fue presentarlos de una forma más sencilla, más accesible, porque sabíamos que estábamos contando una historia para niños y familias. Pero el respeto por el entorno, esa relación espiritual con la naturaleza, está muy presente.
En cuanto a la parte histórica, la tocamos de manera muy indirecta, sin profundizar demasiado, porque desde el principio tuvimos claro que estábamos haciendo una ficción, no una reconstrucción de hechos reales. Aun así, sí nos parecía importante asomarnos un poquito a ciertas costumbres y vivencias del mundo andino, para que el público sienta esa conexión con algo real, algo que sigue vivo.
¿Qué tipo de reacción esperas despertar en los niños y niñas que vean la película? ¿Cuál sería, para ti, el mayor logro emocional o educativo que te gustaría que se llevaran del cine tras ver Kayara?
Lo que más me gustaría es que los niños y niñas que vean Kayara salgan del cine con una semillita de curiosidad. Que se pregunten quiénes fueron los incas, cómo vivían, cómo lograron construir un imperio tan vasto que abarcó casi toda Sudamérica, y que quieran saber más sobre esta cultura tan maravillosa, que sigue viva en nuestras montañas, en nuestros pueblos, en nuestra gente.
También me encantaría que se fascinen con la historia de los chasquis, esos grandes mensajeros que, sin tecnología, sin caballos, supieron conectar enormes distancias corriendo entre montañas. Son verdaderos héroes, y muchas veces no se habla de ellos.
Si la película logra despertar esa chispa —de orgullo, de identidad, de ganas de aprender más—, entonces para mí ya cumplió su misión. Y si además se emocionan, se inspiran y salen con el corazón lleno, mejor todavía.